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Texto: Mónica Alonso Ruiz
Muchos buceadores sentimos fascinación
por los tiburones, quizá por su potencia depredadora, o por el “miedo” que nos
han hecho sentir con películas como “Tiburón”. Una vez superado este miedo
inicial, los que tenemos la inmensa suerte de practicar el deporte del buceo,
soñamos con poder sumergirnos con ellos. Desafortunadamente los mares no están “infestados
de tiburones” como se dice alguna vez, y la probabilidad de encontrarte con uno
en la inmersión en nuestras costas es bastante reducida. Por ello algunos
afortunados viajamos a lugares remotos donde encontrarnos con un tiburón es más
fácil.
Vencer el miedo a estos
animales ha supuesto para algunos de nosotros un considerable esfuerzo. Y la
mejor manera para conseguirlo en mi caso, ha sido mediante el estudio de los
mismos, en el cual puedes apreciar lo maravilloso de todas las facetas de estos
animales, su evolución, su comportamiento y biología y su majestuosa natación.
Una vez que hemos obtenido un pequeño conocimiento de las especies y de su
biología y comportamiento, ya somos capaces de liberarnos de los falsos mitos y
podemos realizar alguna actividad con ellos.
Foto:
WikiHow
No es habitual encontrarse
con un tiburón en nuestras costas, y salvo si se tiene la inmensa suerte de
poder ir a ciertos lugares del mundo en los cuales los tiburones son más o
menos frecuentes, muchos buceadores no han visto un tiburón en su vida. Las
inmersiones que tienen por objeto el buceo con tiburones, sin que sean meros
encuentros casuales, son una forma de que los buceadores puedan acercarse a
estos animales en unas condiciones más o menos controladas cuando se les atrae
con cebo. Es una forma de hacer valer
aquello de que “vale más un tiburón vivo que uno muerto”.
En este artículo quiero
reflexionar un poco sobre estas actividades y contaros la primera vez que tuve
la oportunidad de hacer este tipo de actividad. Ello ocurrió cuando durante un
viaje a Roatán que realicé hace unos años nos propusieron hacer una inmersión
de buceo programado con tiburones de arrecife del Caribe. No me lo pensé, y
finalmente resultó ser una de las mejores experiencias de mi vida subacuática,
de la que pude aprender para ocasiones posteriores.
El miedo a los tiburones
Es inevitable
para muchos tener miedo a los tiburones. El miedo es algo irracional e
indudablemente también tiene una componente aprendida. En nuestro caso han sido
el cine y las películas de monstruos los que nos han inducido a ese miedo, que algunos
ya teníamos dentro de lo más profundo de nuestra mente.
Para describir
el miedo a los tiburones quiero recurrir a las sabias palabras del psicólogo
Antonio Bermejo, buceador y divulgador subacuático, que nos da su opinión y
experiencia profesional:
“A veces confundimos lo que nos da miedo con lo que
es peligroso. Lo cierto es que el miedo es una emoción necesaria para
protegernos de peligros externos. Pero muchas veces el miedo proviene de
fantasías y peligros internos que cuando son intensos e inhabilitantes pueden
establecerse como fobias, pero que no se ajustan a una realidad externa.
Hay muchas cosas que producen miedo a determinadas
personas, algunas de carácter muy global, pero que no representan un peligro
real (los aviones, las ratas, las alturas, los espacios cerrados, el
buceo....etc). Los tiburones dentro del contexto del buceo forman parte de esta
categoría.
En el temor a los tiburones a mi entender se
conjugan condicionantes psicológicos, culturales y antropológicos. El miedo a ser
devorado por un ser que surge de las profundidades, es común a muchas culturas
aunque se exprese de diferentes formas.
Los tiburones por sus características; aspecto
fiero, cierto halo de misterio, moverse en un el entorno acuático donde nos
sentimos especialmente desprotegidos, sobre todo si estamos en superficie, y
algún que otro hecho grave pero anecdótico, ocasiona que dichos animales
encajen perfectamente en el imaginario colectivo, como seres potencialmente
dañinos. A ello también ayuda el lenguaje social que se refiere a ellos como
"devoradores de hombres", "asesinos" o "bestias".
Pero cuando se analiza la situación desde un punto
de vista racional, o experiencial, los que hemos tenido la inmensa fortuna de
bucear con diferentes especies de escualos, notamos claramente que no supone un
peligro real, y que lo máximo que obtenemos de ellos es en general cierta
curiosidad cuando no indiferencia.
Al margen de situaciones y especies muy concretas,
en términos genéricos bucear con tiburones es una experiencia fascinante, y
totalmente segura utilizando el sentido común, como siempre debe hacerse en cualquier
actividad relacionada con el buceo.”
Leer estas
reconfortantes palabras ayuda en gran manera a entender y superar nuestra
prevención e indudablemente nos incita a interesarnos por los tiburones y por
las actividades de buceo con ellos.
¿Por qué bucear con tiburones?
Cuando alguien ajeno al buceo nos hace
esta pregunta, cada uno de los buceadores que practica esta modalidad tiene una
respuesta diferente. Unos dicen que las inmersiones son más interesantes, que es
todo un aliciente ver “bichos” cuanto más grandes mejor. Otros hablan de la
componente de “riesgo” que tiene bucear con los “depredadores del mar”. Otros
pensamos que los tiburones son fascinantes, y que son un grupo de animales que
han demostrado tener una serie de habilidades llamativas, y que queremos
conocerlos en su medio. También algunos pretendemos con esta actividad
demostrar que el “riesgo” es controlado y desmitificar su imagen de
depredadores despiadados que nos ha sido, y sigue siendo, transmitida por el
cine y los medios de comunicación. Otros tratamos de vencer ese miedo que hemos
sentido desde niños ante las fauces de un “animal comehombres”. Y finalmente, y
para mí una de las más importantes desde el punto de vista práctico: con
nuestra participación fomentamos el negocio del buceo con tiburones, dando
valor al tiburón vivo frente a su pesca. Quizá entre vosotros hay alguno que
incluso tiene otra razón diferente.
El tiburón de arrecife del Caribe Carcharhinus
perezi
Esta especie de tiburón está presente
solo en los arrecifes del Caribe y en las costas de Brasil. Tiene la forma
característica de un tiburón típico de arrecife (o de tiburón gris, como a mí
me gusta llamarles, aunque los tiburones grises sean otros en realidad). Quizá
por ello el nombre de tiburón de arrecife del Caribe nos quiera mostrar
simplemente lo que son, los más frecuentes en esa zona.
Tienen un cuerpo esbelto pero potente,
con una aleta dorsal grande, color gris que pasa a blanco en su parte ventral,
y con un morro redondeado y plano. Miden hasta 2.5 ó 3 m, tienen una segunda
aleta dorsal pequeña, y una incisión en la base de la primera dorsal. Con estas
características es difícil distinguirlo de las otras especies de arrecife del
mundo.
En realidad todos los tiburones de
arrecife son muy parecidos, y ante la dificultad de encontrase ejemplares de
distintas especies en la misma localización, dado que el ámbito geográfico de
cada uno es diferente, lo habitual es que los guías de buceo se sepan el nombre
de la especie que uno se puede encontrar en cada caso. En el Caribe, esta es la
especie de tiburón de arrecife más frecuente, y con la que más se bucea y con
la que se realizan estas actividades de buceo programado.
Según Sarah Fowler, miembro de Shark
Trust, y una autoridad en el mundo de la conservación de los tiburones, en
Bahamas el negocio de buceo con esta especia produce al año unos 6 millones
dólares. Y considerando esta cifra, se estima que cada animal está valorado entre
13 y 40 mil dólares, mucho más que los 50 o 60 dólares que se pagan por uno muerto.
Esta especie está considerada como “Casi
Amenazada” según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación
de la Naturaleza y está incluida dentro del grupo de los Carcarínidos, donde
también podemos encontrar tiburones muy diferentes, como el tiburón tigre (Galeocerdo
cuvier), la tintorera (Prionace glauca), el jaquetón oceánico (Carcharhinus
longimanus) y otros tiburones del género Carcharhinus (que son todos los que
yo llamo “tiburones grises”, tan parecidos entre sí): C. amblyrhinchus,
C. albimarginatus, C. altimus, C. falciformis, C. galapagensis. C. obscurus, C.
plumbeus….
El lugar
Mi primera experiencia de buceo con
tiburones tuvo lugar en la Isla de Roatán (Honduras), en el Mar Caribe, en un
lugar llamado “Cara a cara”, situado en un arrecife sumergido de la zona sur de
la isla, a una media milla de la costa. Partiendo del resort donde estábamos
pasando nuestras vacaciones de buceo, situado en la zona norte de la isla, realizamos
una navegación de una media hora, en condiciones de mar movida y cielo
encapotado. Llevábamos una semana de buceo con un tiempo de tormenta continua y
oscuridad de las aguas y en absoluto habíamos podido disfrutar de las aguas
turquesas del Caribe. La navegación se hizo en un barco del resort, en realidad
una excelente embarcación muy preparada para el buceo, pero la inmersión la
realizábamos a través de un centro de la isla especializado en esta actividad
de buceo con tiburones.
El responsable de este centro, Sergio,
un italiano afincado en Honduras desde hace 18 años, cuando comenzó a
realizarse la actividad de buceo con tiburones, es un enamorado de ellos, y
cuando se enteró de mi interés por los escualos, enseguida entabló conversación
con nosotros ya que éramos los únicos españoles y yo la única chica entre un
grupo de toscos “americanotes”. Tuvimos una agradable charla sobre buceo con
tiburones durante la travesía.
El “briefing”
Siguiendo las consignas de seguridad en
el buceo, siempre se deben comenzar todas las inmersiones con una pequeña
explicación por parte del guía. Y en el caso de una inmersión programada con
tiburones podríamos decir que es lo más importante, dado que en esta charla se
nos deben dar todo tipo de explicaciones y precauciones sobre una actividad
novedosa en la inmersión.
En nuestro caso el “briefing” nos lo dio
Sergio, como responsable de la inmersión, y se realizó en el propio barco,
antes de comenzar la navegación, para asegurarse de que todo el mundo estaba en
buenas condiciones para escuchar. Sergio nos explicó que la inmersión en sí no
era complicada, se trataba de bajar por un cabo hasta unos 20 m de profundidad,
para permanecer estacionarios a esa profundidad unos 25 minutos.
Nos indicó primeramente cual era el tipo
de tiburón que íbamos a ver, y nos explicó que son animales fascinantes, que en
particular el “perezi” come peces y no humanos y que es cierto que puede oler
la sangre, la de los peces y no la de los humanos, a mucha distancia; que por ello se les atrae
con cebo sin sangre, muy poco cebo en realidad y que cuando nos tiráramos al
mar no íbamos a encontrarnos a los tiburones “esperándonos con las fauces abiertas”
como algunos pudieran pensar.
Como veis lo primero que hizo fue
desmitificar la mala imagen del tiburón y explicarnos sencillamente lo que nos
íbamos a encontrar. El grupo de buceadores que participábamos en esa ocasión
era muy variopinto y por lo poco que conocía a algunos de ellos podía pensar
que muchos estaban esperando un espectáculo sangriento con tiburones atacando a
los buzos.
Explicó que se trataba de un grupo de
unos 15 ejemplares de hembras, muy conocidas por el propio Sergio y sus
colaboradores, que iban a aparecer abajo (nunca en superficie), una vez que él
se sumergiera con el cubo agujereado de cebo que llevaría y que bajaría en
primer lugar a la zona donde íbamos a estar, en un arenal delante de una pared
de coral. La idea era que los buceadores (15 clientes en total, más los
asistentes del centro y de nuestro resort) se situaran apoyados en la arena
delante de la pared y que permaneciéramos apoyados en el fondo. De esta manera
los tiburones iban a pasar por delante de nosotros en contra de la corriente,
teniendo nuestra espalda cubierta. Nos explicó que la verdadera dificultad de
la experiencia radicaba en la presencia de olas en superficie y corriente
fuerte y por ello teníamos que bajar agarrados por el cabo, y que no presentaba
ninguna dificultad ni peligro la presencia de los tiburones, los cuales nunca
se acercarían a nosotros si no fuera por el cebo.
Las condiciones para el buceo
Una vez preparados, y cuando Sergio se
sumergió por el cabo, con el cubo de cebo cerrado en su mano, empezamos a
bajar. El mar estaba movido y gris, y yo en particular, tras días bajo la
lluvia, presentaba un ligero bloqueo nasal, y las molestias que en mí son
desgraciadamente “habituales” cuando llevo varios días buceando, como es la
dificultad para compensar por el difícil drenaje de mis oídos. La visibilidad
era mala y la corriente menor de la que me esperaba, pero suficiente para tener
que bajar con una mano en el cabo, ciertamente inclinado especialmente en
superficie.
Tardé casi 10 minutos en poder llegar al
fondo, bajando muy despacio y compensando mis oídos cada medio metro, mientras
me decía que era posible que no pudiera conseguir llegar abajo. No estaba
dispuesta a hacerme daño en los oídos, y ello implicaba que posiblemente
tuviera que abortar mi descenso, como me ocurre a veces en otras inmersiones.
Los tiburones no me preocupaban, mis oídos sí. Mi marido, Luis, mi compañero de
buceo, estaba junto a mí, bien para ayudarme a subir en caso de no poder
finalmente compensar, o para estar a mi lado en todo momento.
Cara a cara con los tiburones de
arrecife
Estaba tan absorta en compensar mis
oídos que casi no me di ni cuenta que se vislumbraban unas sombras alargadas e
hidrodinámicas que pasaban por debajo de mí. Llegué al fondo y allí estábamos
todos. El espectáculo y la acción habían comenzado sin mí. El grupo compacto de
clientes se situaba en línea al abrigo de un mogote de coral que nos protegía
las espaldas. Me dejaron un hueco en el fondo junto al cabo y nos situamos sin
saberlo junto al cubo de cebo.
Es impresionante estar frente a estos
animales, que pasaban nadando majestuosamente por delante de nosotros ¡¡tan
cerca!! sin inmutarse por nuestra presencia, pero sin duda activados por el
olor del cebo.
Enseguida me di cuenta de que el cubo
con el cebo estaba a mi izquierda, escoltado por Sergio….y por una masa de unos
80 cm, que se movía delante de mí….al fin pude ver que era un enorme mero
tropical que estaba acechando el cubo, tan cerca que tuve que apartarlo para
que me dejara sitio para estar cómoda. El simpático mero era un habitante de la
pared de coral de nuestra espalda y sin duda espectador habitual de esta
experiencia.
Tras unos minutos de relativa acción,
con los tiburones pasando, el mero observando, y los buceadores haciendo fotos
sin parar, me di cuenta de que no nos daban la señal para poder nadar entre los
tiburones antes de abrir el cubo de cebo. Nos habían dicho en el “briefing” que
si no había corriente podríamos hacerlo, pero con la corriente que había, y
creo yo que con la poca experiencia de alguno de los buceadores, por no hablar
de la obesidad y falta de forma física de algunos de ellos, pues decidieron no
permitirnos nadar con ellos, no fuera que tuvieran que ir a buscar a alguno que
se dejara arrastrar por la corriente.
Sergio se puso en el arenal delante de
nosotros, con el cubo en sus manos. Llevaba guantes de cota de malla,
precaución necesaria cuando se maneja cebo entre tiburones. Con un golpe de
aleta se elevó levantando la tapa del cubo, y se alzó por encima de la cota de
los tiburones, que se lanzaron en forma de masa descontrolada a por el pescado
del cubo. En realizad no hubo el “frenesí alimentario” que yo había visto en
vídeos de otras actividades parecidas a esta, más bien una maraña de animales
buscando algo. Estaba claro que la comida era tan poca que yo no vi trozos de
pescado por ningún lado.
Foto: Antonio Busiello
Tras acabar aparentemente con el cebo
que había en el cubo, algunos ejemplares se fueron pero otros siguieron
rondando la zona unos minutos más. Al fin supe por qué no se iban: en ese
momento Sergio levantó una piedra que ocultaba un resto de cebo, que sin duda
había escondido él mismo cuando bajó el primero, y que tenía la finalidad de
“prolongar” un poco más la experiencia de los tiburones nadando en torno a
nosotros.
Acabado todo el cebo, los tiburones
desaparecieron y los buceadores se lanzaron al arenal a buscar los dientes que
se les caen a los escualos cuando comen: ese era el premio por habernos estado
quietos observando. Tras ello ya no había nada que hacer allí y comenzamos el
ascenso.
Finalizada la actividad, tras la
pertinente parada de seguridad, yo estaba feliz en el barco. Había conseguido
bajar (no sin esfuerzo) y disfrutado mucho de la inmersión. Lo de que la
experiencia es un “subidón de adrenalina” en este caso y para mí no es cierto,
pues me sentí cómoda y fascinada. Estaba claro que de forma definitiva había
expulsado “mi miedo” de mi cabeza, y había quedado tan solo una pequeña
prevención por estar delante de un animal salvaje en su medio. Ahora este miedo
había sido desplazado por una especie de fascinación que ya no me iba a
abandonar nunca.
Conclusiones e interrogantes
En el trayecto de vuelta, y ya en casa,
me surgieron algunos interrogantes, relacionados con las razones por las que se
bucea con tiburones.
Con estas prácticas, ¿se modifica
la conducta del tiburón frente a los humanos? Indudablemente algo sí,
aunque no se les “alimente”.
¿Se contribuye a “salvar” a los
tiburones? ¿Se da valor al tiburón vivo frente al tiburón muerto? Pues está claro que estas actividades en
muchos países han contribuido a que ciertos pescadores de tiburones abandonen
su actividad por una más lucrativa como es el buceo con ellos.
¿O quizá solo se ve cumplido el deseo
del buceador “friki”? Muy
posiblemente muchos, tras esta experiencia, ya tienen batallas que contar a
buceadores y no buceadores, con independencia de lo que hayan sentido.
¿Realmente se consiguen defensores de
los tiburones?
Personalmente creo que sí, porque por muy insensible que seas a la conservación
de estos animales, una vez que te sumerges con ellos siempre tratas de que no
desaparezcan de nuestros mares: creo firmemente que conocer es el primer paso
para protegerlos.
¿Y qué fue
del miedo? En
mi caso desapareció, y me quedaron unas ganas enormes de poder encontrarme más
veces con tiburones bajo el agua, ya sea de manera espontánea o a través de
este tipo de actividades.
Ahí os quedan estas reflexiones, para
que todos las pensemos y adoptemos nuestra posición al respecto.