domingo, 21 de abril de 2019

La mente y el buceo: Bucear con ansiedad

Este artículo se publicó en la Revista Acusub número 191
Texto: Mónica Alonso Ruiz

Nuestro estilo de vida actual ajetreado, con más y más exigencias, tanto laborales como del día a día, conduce a que casi todas las personas estemos expuestas a sufrir estrés alguna vez durante períodos más o menos largos. Algunos de nosotros vivimos incluso en un estado de estrés permanente. Llevamos como podemos este tipo de vida, y nos damos cuenta de que la forma de sobrellevarlo es diferente en cada uno de nosotros: algunos solventan estas situaciones de manera sencilla, pero muchos de nosotros sufrimos de vez en cuando situaciones angustiosas.

El estrés se puede definir como el estado de cansancio mental provocado por la exigencia de un rendimiento muy superior al normal, que suele provocar trastornos físicos y mentales. En biología es el conjunto de alteraciones que se producen en el organismo como respuesta física ante determinados estímulos repetidos, como el frío, el miedo, la alegría, etc. La ansiedad, palabra que proviene del latín “anxietas”, y que expresa la emoción que sentimos de angustia o aflicción, representando la respuesta de anticipación involuntaria del organismo frente a estímulos percibidos por el individuo como amenazantes o peligrosos. En resumen, representa el estado de alerta que advierte de un peligro inminente.  Cuando el estímulo no es externo y son nuestros pensamientos los que anticipan nuestras reacciones, incluso sin producirse ningún estímulo exterior se produce un desajuste entre el estímulo que demanda una acción por nuestra parte y la percepción de la capacidad propia para hacer frente a esa situación. La angustia gobierna nuestros actos y anticipamos los problemas incluso cuando no los hay.

Sin duda la práctica de deporte es una forma de mejorar nuestra respuesta ante el estrés, y podemos pensar que la práctica del buceo, como actividad muy satisfactoria y placentera, pueda ayudarnos en este aspecto. Pero hay que tener cuidado, porque requiere de unas capacidades físicas y mentales que nos permitan resolver cualquier contingencia en un medio que no es el nuestro, y en algunos casos puede ser incluso fuente de ansiedad. Es verdad que irnos un fin de semana de buceo o a un viaje de buceo tras una temporada de agobiante trabajo, puede ayudarnos a desconectar y a afrontar mejor las semanas siguientes llenas de nuevos retos. Y sin embargo, si nuestro caso es el de ansiedad patológica, esté o no diagnosticada, podemos encontrarnos con que un placentero buceo se convierte en una pesadilla porque nuestro consumo es más elevado de lo normal, porque no nos encontramos cómodos, o mucho peor, porque reaccionamos de manera descontrolada a la menor eventualidad poniendo en peligro nuestra vida y la de los que nos acompañan.

Bucear puede ser una gran fuente de sosiego y de experiencias positivas
Foto: Luis Abad
  
En el caso del estrés cotidiano, tanto en nuestro trabajo como en nuestra vida, nuestra respuesta puede ser positiva, lo que puede traducirse en  una mayor intensidad en nuestras tareas, y en resolver los problemas con creatividad y con éxito. Esto significa que una pequeña tensión normalmente ayuda a realizar las tareas (y evita que nos aplatanemos, o seamos descuidados). Por otro lado, cuando el individuo reacciona incorrectamente o de manera desproporcionada ante los estímulos exteriores, o incluso a la ausencia de ellos, se desencadena un proceso de deterioro del funcionamiento psicosocial y fisiológico. Es cuando nos sentimos que estamos de los nervios y sobreactuamos o actuamos de manera brusca al menor estímulo o contratiempo.

La vida cotidiana está llena de problemas, a veces insoportables, que nos afectan en algunos casos de manera patológica.
Fuente: rawpixel.com

Si la situación de ansiedad, o mala respuesta por nuestra parte al estrés, es continua durante meses, los médicos hablan de más de seis, o cuando sus consecuencias son inhabilitantes para nuestra vida diaria, se habla ya de patología.

Los trastornos de ansiedad son mucho más frecuentes de lo que habitualmente creemos, puesto que en realidad nuestra sociedad está bastante enferma por causa de nuestro modo de vida. Se calcula que más de un 20 % de las personas sufrirá una crisis de ansiedad a lo largo de su vida, y en nuestro país los casos de ansiedad han aumentado en los últimos años paralelamente a los casos de depresión, con la que la ansiedad está muy relacionada. Es la enfermedad psiquiátrica más frecuente, alcanzándose porcentajes superiores al 5 % entre la población adulta, siendo las mujeres las más propensas a padecerla. El perfil de personalidad más sensible a esta enfermedad es el de una persona muy perfeccionista y muy responsable por lo que algunos de nosotros somos más propensos a sufrirla.

Entonces, ¿cómo saber si padecemos este mal? Lo primero es conocer sus síntomas, tanto mentales como físicos: la ansiedad duele. Si manifiestas varios de estos síntomas de forma habitual: palpitaciones, sensación de ahogo, respiración poco profunda y rápida, náuseas, tensión muscular, calambres, cansancio crónico, inquietud, hiperactividad, problemas de sueño, angustia, impaciencia, irritación, etc, debes preocuparte y acudir a un profesional. El problema muchas veces es que interiorizamos estos síntomas como algo habitual, no dándoles la debida importancia. Un profesional nos podrá decir si, efectivamente se deben a esta patología o a otros factores, o si están combinados con síntomas depresivos, lo cual es muy frecuente. Es habitual también que cuando comienzas a conocer la enfermedad empieces a darte cuenta de más síntomas de la misma y que no asociabas con ella antes de ser diagnosticada.

Desgraciadamente hay muchas personas que no son conscientes de lo que les ocurre y no consultan a un especialista, y por tanto no reciben tratamiento. El enfermo se convierte en una persona tan preocupada y angustiada por los problemas, reales o no, que no escucha en su interior, y no es capaz de darse cuenta del sufrimiento. Y es de destacar que el primer paso del tratamiento es aceptar que uno tiene esta enfermedad, seguido de una voluntad de liberarse de ella y por lo tanto empezar a mejorar.


Ser conscientes de que sufrimos ansiedad es el primer paso para superarla. Y tendremos una visión más clara de la vida, lo que nos permitirá disfrutar más de ella.
Foto: Luis Abad

Otro factor que no ayuda a que la población afectada sea consciente y decida tratarse es la percepción del paciente de que la ansiedad no está considerada socialmente como una enfermedad propiamente dicha. Esto es muy grave puesto que si esta dolencia no se trata,  puede desembocar, si la situación es muy prolongada, en patologías serias, causadas fundamentalmente por el incremento de generación de determinadas hormonas. Uno de los efectos más significativos es la debilitación del sistema inmunológico, lo que origina continuos resfriados, gripes, alergias, etc. Además, entre otras consecuencias, se pueden producir trastornos cardíacos y circulatorios, que pueden desembocar en anginas de pecho y ataques al corazón. Por lo tanto, es preciso destacar que puede llegar a ser grave, con consecuencias serias para la salud a largo plazo.

La buena noticia es que esta enfermedad tiene tratamiento y se pueden reducir los síntomas muchísimo, permitiéndonos volver a afrontar los problemas de la vida con otra perspectiva menos perjudicial. Requiere tratamiento psicológico y psiquiátrico durante un largo período de tiempo, combinando psicoterapia y medicación cuando es necesaria. Como medicamentos los psiquiatras utilizan  combinaciones de ansiolíticos y antidepresivos, que permiten, en primer lugar, controlar los niveles anormales de sustancias en el cuerpo, ayudándonos a mitigar los efectos negativos de la enfermedad, y en segundo lugar apoyar al necesario trabajo psicológico. La psicoterapia suele incluir procesos de autoanálisis, técnicas de relajación y control de la respiración, permitiéndonos modificar las capacidades de afrontamiento de la realidad. Otras técnicas, como el yoga, pueden contribuir a que nos sintamos más tranquilos y relajados, ayudando en gran medida a la recuperación. Por propia experiencia os puedo asegurar que funciona y permite afrontar la vida de una manera mentalmente más sana.

El tratamiento de la ansiedad conduce a tener un planteamiento vital más adecuado para resolver los problemas cotidianos.
Fuente: rawpixel.com

Una vez que ya tenemos controlada la enfermedad podemos volver a tener una vida normal. Es llamativo que cuando llevamos mucho tiempo sufriendo sus síntomas, “llevar una vida normal” a muchos de nosotros nos ha parecido algo maravilloso, y nos ha permitido disfrutar mucho más del día a día y de todo lo que hacemos, incluido el buceo.

El buceo es un deporte de alto contenido en emociones y disfrute, y vamos a ser más conscientes de ello si nuestro estado antes de practicarlo es bueno. Incluso puede parecer compatible y beneficioso para contribuir a nuestra mejoría, cuando estamos en proceso de recuperación, cuando se trata de un buceo tranquilo y sin dificultad. En cualquier caso, no debemos olvidar que para practicarlo con seguridad se necesita de una cierta pericia y autocontrol, que no tenemos si sufrimos altos niveles de ansiedad. Recordemos que incluso para una persona sana, bajo ciertas condiciones del mar o personales, el buceo puede ser fuente de estrés.
 

El buceo en algunas ocasiones se compone de situaciones más o menos difíciles para las que debemos estar en buenas condiciones físicas y mentales
Foto: Luis Abad

La pregunta es, ¿se puede o no se puede bucear con síntomas de ansiedad? La respuesta es muy diferente en cada caso y en muchos de ellos uno mismo no tiene la capacidad para juzgarlo. Lo sensato es no bucear cuando uno tiene síntomas, pero cuando éstos son leves y no requieren de ayuda médica es posible la práctica de este deporte siempre que se acompañe con ejercicios de relajación previos y que los síntomas no se presenten durante las horas anteriores a la inmersión, previa indicación de que podemos practicarlo por parte de nuestro psicólogo o psiquiatra.

Fuente: rawpixel.com

Incluso en el caso que comentábamos de unas vacaciones de buceo tras un período intenso de trabajo, debemos tratar de relajarnos al máximo antes de comenzar las inmersiones, bajar de revoluciones, meditar, practicar ejercicios de yoga, o lo que sepamos hacer para evitar así pasar un mal rato por una mala gestión de las emociones bajo el agua. Recordemos que tener una mala experiencia de buceo siempre es difícil de superar, y nos puede llevar a arruinar nuestras vacaciones de buceo al no poder disfrutarlas a tope.

En el caso de ansiedad grave y especialmente cuando el enfermo no es consciente de su enfermedad y no recibe tratamiento, se pueden ocasionar situaciones muy peligrosas debajo del agua por lo que se considera una contraindicación absoluta para la práctica del buceo. No debemos llegar nunca tan lejos. Por ello es tan importante cambiar la percepción que tiene la sociedad de esta dolencia, y reconocer que pedir ayuda cuando nos sentimos mal puede evitar situaciones de grave peligro. Los buceadores debemos ser conscientes de nuestro estado físico y mental y evitar bucear si no estamos en buenas condiciones.  



Tener la mente despejada cuando vamos a bucear es fundamental para no cometer errores.
Foto: Luis Abad

Tratar esta enfermedad es largo y nos puede ocurrir que queramos bucear durante el tratamiento. En ese caso tenemos que tener en cuenta que cualquier medicación que actúe sobre el sistema nervioso, como es el caso de antidepresivos o tranquilizantes, es capaz de interferir y alterar el metabolismo del organismo, así como posiblemente influir o potenciar negativamente los efectos del nitrógeno sobre el cuerpo. Y la decisión no la debemos tomar nosotros: debe ser el psiquiatra, valorando la medicación que recibe el enfermo en las fases finales del tratamiento, el que decide si permite la práctica de esta actividad.

Este artículo no pretende ser un manual médico ni psicológico sino una mera reflexión personal sobre el tema, teniendo en cuenta mi experiencia diaria en la lucha contra la ansiedad, y lo aprendido gracias al  apoyo de los profesionales que me han tratado esta dolencia tan frecuente.

Agradecimientos: Mercedes Rodriguez Herviás (Psicóloga) 

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