jueves, 20 de julio de 2017

OCÉANOS, LA EXPOSICIÓN: EL ÚLTIMO TERRITORIO SALVAJE

Texto: Mónica Alonso Ruiz
Fotos: Mónica Alonso Ruiz y web oficial de océanos

Hacía tiempo que quería visitar la exposición Océanos en Madrid y un domingo de este mes de junio me pareció el día perfecto para visitarla en compañía de mi sobrino de 4 años. Inaugurada con motivo del Día Mundial del Agua (22 de marzo) y abierta al público desde el 25 de marzo, la muestra Océanos: la exposición. El último territorio salvaje, ubicada en el Museo de Ciencias Naturales, está enfocada fundamentalmente a los más pequeños, y nos muestra tanto las maravillas del mar como la parte más fea del mismo y sus problemas de conservación. Para ello utiliza parte del material de rodaje del documental “Oceans” de Jacques Perrin, que pudimos ver en la gran pantalla hace ya algunos años.

Esta muestra ya ha visitado más ciudades españolas, como Alicante, Gijón y Murcia, y en Madrid ya ha recibido la visita de más de 30.000 personas.

Lo más significativo a los ojos del visitante son sin duda las representaciones a escala natural de diversos animales,  el enorme esqueleto del rorcual colgado del techo, la gran calidad de las imágenes proyectadas en las numerosas pantallas de alta definición del recorrido, la proyección 3D (que a mi sobrino le encantó porque decía que parecía que estaba dentro del agua) y la enorme pantalla envolvente del documental de 15 minutos que se exhibe en la sala de proyecciones.


Los numerosos niños que visitaban la exposición estaban emocionados con las imágenes de medusas, las de grandes cardúmenes de peces o de tortugas recién nacidas y proyectadas en las pantallas, pero también recibía mucha atención el cangrejo gigante de la entrada, el tiburón blanco de tamaño natural, y el pez luna gigante del fondo.

Sin embargo para el visitante buceador y conservacionista la exposición tiene otro valor mucho más importante a mi juicio, dado que permite remover las conciencias. Es impresionante ver una reproducción de un tiburón agonizante (con movimiento real) al que le han cortado las aletas y que se utiliza para explicar las prácticas del finning (estos detalles se los suavicé ligeramente a mi infante acompañante cuando directamente me preguntó qué le pasaba al tiburón). También llaman la atención los paneles explicando el falso mito del tiburón devorador de hombres.



Tanto ha debido calar este mensaje del finning que en la zona de exposición donde se exponen los dibujos que pintan los niños pude encontrar un cartel en contra del finning. Quizá este tipo de muestras sean un lugar idóneo para llamar la atención sobre los problemas del océano, además de ser un gran escaparate de la fascinante vida marina que podemos apreciar los buceadores.

La película original fue en su momento muy apreciada por el público, aunque a mi juicio la reducida distribución comercial no permitió que fuera vista por suficientes personas ajenas al mundo marino. A mí me fascinó por su espectacularidad, al mismo nivel que las grandes superproducciones de la BBC.

Para su filmación fueron necesarios 7 años de trabajo, 75 expediciones científicas, más de 500 personas y un presupuesto de 50 millones de euros. En el rodaje se emplearon cámaras y equipos especialmente diseñados para captar imágenes espectaculares de más de 200 especies marinas en 54 localizaciones a lo largo de los cinco continentes. El resultado de este titánico esfuerzo se materializó en más de 480 horas de material grabado, de las que el mundo tan sólo ha visto una pequeña parte y que sin duda justificaban esta exposición.

Quizá la imagen del buceador con equipo estilo “retro” al lado del tiburón blanco sin jaula es la imagen de la película que más me impactó en su momento. Ahora he podido experimentar una nueva sensación en los ojos de un niño que no se sorprende de que se nade junto a ese tiburón tan grande: el niño ya está muy acostumbrado a que le muestren tantas imágenes de buceadores y tiburones, animales tan necesarios para la vida de los océanos. Es maravilloso ver que él los ve como animales fascinantes, sin mitos falsos y no necesita leer el panel donde se desmonta dicho mito, y que está convencido de que algún día podrá verlos en persona cuando sea suficientemente mayor y pueda bucear.

Aún queda esperanza para los océanos: sin duda son los niños el mejor público para este tipo de muestras. Los niños aprenden, y también dan lecciones a sus mayores cuando estos dicen cosas que a ellos no les encajan por haberlas aprendido de forma diferente a nosotros, como eso de que los tiburones son dañinos.

La experiencia de la visita a la exposición mereció la pena, y sabe a poco. Sobre todo lo que más me encantó fue el poder percibir las sensaciones que experimenta un niño tan pequeño cuando ve todas estas cosas. Me imagino lo que les habrá contado a sus compañeros del cole al día siguiente….

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