Texto: Mónica Alonso Ruiz
Este artículo se publicó en la revista Escápate num 16
http://www.cluboceanides.org/escapate
De todos es conocida mi afición a los tiburones, y mi labor en favor de su conservación. Este verano tocaba llevar a cabo aquello de lo que tanto hablo en mis charlas de tiburones: “Vale más un tiburón vivo que uno muerto”. Por ello, cuando dentro del viaje a Roatán que realizamos en junio pasado, nos propusieron hacer una inmersión de buceo programado con tiburones, pues no me lo pensé, y finalmente resultó ser una de las mejores experiencias de mi vida subacuática. Y no me resisto a contároslo aquí.
Este artículo se publicó en la revista Escápate num 16
http://www.cluboceanides.org/escapate
De todos es conocida mi afición a los tiburones, y mi labor en favor de su conservación. Este verano tocaba llevar a cabo aquello de lo que tanto hablo en mis charlas de tiburones: “Vale más un tiburón vivo que uno muerto”. Por ello, cuando dentro del viaje a Roatán que realizamos en junio pasado, nos propusieron hacer una inmersión de buceo programado con tiburones, pues no me lo pensé, y finalmente resultó ser una de las mejores experiencias de mi vida subacuática. Y no me resisto a contároslo aquí.
¿Por qué bucear con tiburones?
Cuando alguien ajeno al buceo nos
hace esta pregunta, las respuestas son variadas y cada uno de los buceadores
que practica esta modalidad tiene una diferente. Unos dicen que hace las
inmersiones más interesantes: ver “bichos” cuanto más grandes mejor es todo un
aliciente. Otros hablan de la componente de “riesgo” que tiene bucear con los
“depredadores del mar”. Otros pensamos que los tiburones son fascinantes, que son
un grupo de animales que han demostrado tener una serie de habilidades, al
menos llamativas, y nos llama la atención conocerlos en su medio. También
algunos pretendemos con esta actividad demostrar que el “riesgo” es controlado
y desmitificar su imagen de depredadores despiadados que nos ha sido (y sigue
siendo) transmitida por el cine y los medios de comunicación. Y finalmente,
para mí una de las más importantes desde el punto de vista práctico: con
nuestra participación fomentamos el negocio del buceo con tiburones, dando
valor al tiburón vivo frente a su pesca.
En tu mano tienes un gran abanico
de razones: escoge tú la tuya… o búscate una nueva.
El tiburón de arrecife del Caribe Carcharhinus
perezi
Esta especie de tiburón está presente
solo en los arrecifes del Caribe y en las costas de Brasil. Tiene la forma
característica de un tiburón de arrecife (o gris, como a mí me gusta
llamarles), con un cuerpo esbelto pero potente, con una aleta dorsal grande,
color gris que pasa a blanco en su parte ventral. Mide hasta 2.5 – 3 m, y tiene
un morro redondeado, relativamente corto, una segunda aleta dorsal pequeña, una
incisión en la base de la primera dorsal. Con estas características es difícil
distinguirlo de las otras especies. En realidad son todos tan parecidos, y ante
la dificultad de encontrase ejemplares de distintas especies en la misma
localización, dado que el ámbito geográfico de cada uno es diferente, pues lo
habitual es que los guías de buceo te digan cual es la especie con la que está
buceando. En el Caribe, esta es la especie de tiburón de arrecife con la que
más se bucea y se realizan estas actividades de buceo programado.
Esta especie está considerada
como “Casi Amenazada” según la Lista Roja de la Unión Internacional para la
Conservación de la Naturaleza y está incluida dentro del grupo de los
Carcarínidos, donde también podemos encontrar al tiburón tigre (Galeocerdo cuvier), la tintorera (Prionace glauca), el jaquetón oceánico (Carcharhinus longimanus) y otros
tiburones del género Carcharhinus (los “grises”, tan parecidos entre sí): C. amblyrhinchus, C. albimarginatus, C.
altimus, C. falciformis, C. galapagensis. C. obscurus, C. plumbeus….
El lugar
La experiencia de buceo con
tiburones tuvo lugar en la Isla de Roatán (Honduras), en el Mar Caribe, en un
lugar llamado “Cara a cara”, situado en un arrecife sumergido de la zona sur de
la isla, a una media milla de la costa. Partiendo del resort donde estábamos
pasando nuestras vacaciones de buceo, situado en la zona norte de la isla, la
menos expuesta a los vientos, tuvimos una navegación de una media hora, en
condiciones de mar movida y cielo encapotado, tras una semana de buceo con un
tiempo de tormenta continua y oscuridad de las aguas (para nada pudimos
disfrutar de las aguas turquesas del Caribe). La navegación se hizo en un barco
del resort, en realidad una excelente embarcación muy preparada para el buceo,
pero la inmersión la realizábamos mediante un centro de la isla especializado
en esta actividad de buceo con tiburones. El responsable de este centro,
Sergio, un italiano afincado en Honduras desde hace 16 años, cuando comenzó a
realizarse la misma, es un enamorado de los tiburones, y cuando se enteró de mi
interés por los escualos, enseguida se puso a hablar con nosotros (únicos
españoles y única chica en un grupo de toscos “americanotes”) y tuvimos una
agradable charla sobre buceo con tiburones durante la travesía.
El “briefing”
Siguiendo las consignas de
seguridad en el buceo, siempre se deben comenzar todas las inmersiones con una
pequeña explicación por parte del guía. Y en el caso de una inmersión
programada con tiburones podríamos decir que es lo más importante, dado que en
esta charla se nos deben dar todo tipo de explicaciones y precauciones sobre una
actividad novedosa en la inmersión.
En nuestro caso el “briefing” nos
lo dio Sergio, como responsable de la inmersión, y se realizó en el propio
barco, antes de comenzar la navegación, para asegurarse de que todo el mundo
estaba en buenas condiciones para escuchar. Sergio nos explicó que la inmersión
en sí no era complicada, se trataba de bajar por un cabo hasta unos 20 m de
profundidad, para permanecer estacionarios a esa profundidad unos 25 minutos.
Nos indicó primeramente cual era el tipo de tiburón que íbamos a ver, que son
animales fascinantes, que en particular el “perezi” come peces (no humanos) y
que es cierto que puede oler la sangre (de los peces, no la de los humanos) a
mucha distancia. Que por ello se les atrae con cebo sin sangre, veremos que es
muy poco en realidad y que cuando nos tiráramos al mar no íbamos a encontrarnos
a los tiburones “esperándonos con las fauces abiertas” como algunos pudieran
pensar.
Explicó que se trataba de un
grupo de unos 15 ejemplares de hembras, muy conocidas por el propio Sergio y
sus colaboradores, que iban a aparecer abajo (nunca en superficie) una vez que
él se sumergiera con el cubo agujereado de cebo que llevaría y que bajaría en
primer lugar a la zona donde íbamos a estar, en un arenal delante de una pared
de coral. La idea era que los buceadores (15 clientes en total, más los
asistentes del centro y de nuestro resort) se situaran apoyados en la arena
delante de la pared y que permaneciéramos apoyados en el fondo. De esta manera
los tiburones iban a pasar por delante de nosotros en contra de la corriente,
teniendo nuestra espalda cubierta. Nos explicó que la verdadera dificultad de
la experiencia radicaba en la presencia de olas y corriente y el tener que
bajar agarrados por el cabo, no por la presencia de los tiburones, los cuales nunca
se acercarían a nosotros si no fuera por el cebo.
Las condiciones para el buceo
Una vez preparados, y cuando
Sergio se sumergió por el cabo, con el cubo de cebo, pues empezamos a bajar. El
mar estaba movido y gris, y yo en particular, tras días bajo la lluvia,
presentaba un ligero bloqueo nasal, y las habituales molestias que en mí son
desgraciadamente “habituales” cuando llevo varios días buceando, como es la
dificultad para compensar. La visibilidad era mala y la corriente menor de la
que me esperaba, pero suficiente para tener que bajar con una mano en el cabo
(ciertamente inclinado, especialmente en superficie).
Tardé casi 10 minutos en poder
bajar muy despacio, compensando mis oídos cada medio metro, y diciéndome que
era posible que no pudiera conseguir llegar abajo. No estaba dispuesta a
hacerme daño en los oídos, lo cual implicaba que posiblemente tuviera que
abortar mi descenso, como me ocurre a veces en otras inmersiones que debo
abortar.
Cara a cara con los tiburones
Estaba tan absorta en mis oídos
que casi no me di ni cuenta que se vislumbraban unas sombras alargadas e
hidrodinámicas que pasaban por debajo de mí. Llegué abajo y allí estábamos
todos. El espectáculo y la acción habían comenzado sin mí. Es impresionante
estar frente a estos animales, que pasaban nadando majestuosamente por delante
de nosotros ¡¡tan cerca!! sin inmutarse por nuestra presencia, pero sin duda
activados por el olor del cebo.
Enseguida me di cuenta de que el
cubo con el cebo estaba a mi izquierda, escoltado por Sergio….y por una masa de
unos 80 cm, que se movía delante de mí….se trataba de un enorme mero que estaba
acechando el cubo, tan cerca que tuve que apartarlo para que me dejara sitio
para estar cómoda. El simpático mero era un habitante de la pared de coral de
nuestra espalda y sin duda espectador habitual de esta experiencia.
Tras unos minutos de relativa
acción, con los tiburones pasando, el mero observando, y los buceadores
haciendo fotos sin parar, me di cuenta de que no nos daban la señal para poder
nadar entre los tiburones antes de abrir el cubo de cebo: nos habían dicho en
el “briefing” que si no había corriente podríamos hacerlo, pero con la
corriente (y creo yo que con la poca experiencia de alguno de los buceadores,
por no hablar de la obesidad y falta de forma física….), pues decidieron no
permitirnos nadar con ellos (no fuera que tuvieran que ir a buscar a alguno,
que se dejara arrastrar por la corriente…).
Sergio se puso en el arenal
delante de nosotros, con el cubo en sus manos. Llevaba guantes de cota de
malla, precaución necesaria cuando se maneja cebo entre tiburones. Con un golpe
de aleta se elevó levantando la tapa del cubo, y alzándose por encima de la
cota de los tiburones, que se lanzaron en forma de masa descontrolada a por el
pescado del cubo. En realizad no hubo el “frenesí alimentario” que yo había
visto en vídeos de otras actividades parecidas a esta. Estaba claro que la
comida era tan poca…que yo no vi trozos de pescado por ningún lado.
Tras acabar con el cebo, algunos
ejemplares se fueron pero otros siguieron rondando la zona unos minutos
más….Sergio levantó una piedra que ocultaba un resto de cebo, que sin duda
había escondido él mismo cuando bajó el primero, y que tenía la finalidad de
“prolongar” un poco más la experiencia, permitiendo que los tiburones se
quedaran unos minutos más en la zona.
Acabado todo el cebo los
tiburones desaparecieron y los buceadores se lanzaron al arenal a buscar los
dientes que se les caen a los escualos cuando comen: era el premio por habernos
estado quietos observando. Tras ello ya no había nada que hacer allí y
comenzamos el ascenso.
Finalizada la actividad, tras la
pertinente parada de seguridad, yo estaba feliz en el barco. Había conseguido
bajar (no sin esfuerzo) y disfrutado mucho de la inmersión. Lo de que la
experiencia es un “subidón de adrenalina” en este caso y para mí no es cierto,
pues me sentí cómoda y fascinada.
Conclusiones e interrogantes
En el trayecto de vuelta, y ya en
casa, me surgieron algunos interrogantes, relacionados con las razones por las
que se bucea con tiburones. Y os los transmito aquí.
Con estas prácticas, ¿se
modifica la conducta del tiburón frente a los humanos? Indudablemente
algo sí, aunque no se les “alimente”. ¿Se contribuye a “salvar” a los tiburones?
¿Se da valor al tiburón vivo frente al tiburón muerto? ¿O solo se ve cumplido
el deseo del buceador “friki”? ¿Realmente se consiguen defensores de los
tiburones?
Ahí os quedan estas reflexiones,
para que todos las pensemos y adoptemos nuestra posición al respecto.
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