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Barracuda David Doubliet |
10 - 30 m. Leve deterioro en el
desempeño de tareas (El manómetro tiene que estar por aquí, colgando de alguna
parte...), leve deterioro del razonamiento (¿Me se habrá caído?), y puede
presentarse euforia leve (Joder este pez es el mejor putopez que he visto en mi
vida).
30 - 50 m. Retraso en la respuesta a
estímulos visuales y auditivos: (...¿qué?), alteración del razonamiento y de la
memoria inmediata (¡Mira, un cangrejo! ¡Mira, un cangrejo! Por cierto, ¿has
visto ese cangrejo?), ideas fijas (De aquí no me muevo hasta que salga ese
pulpo de la grieta), errores de cálculo y alteración en la capacidad de toma de
decisiones (Estoy en reserva... venga, pues una vueltecilla más y me subo),
exceso de confianza y del sentido de bienestar (Soy la sirenita Ariel y este es
mi reino, lalalaaa...), risa y locuacidad injustificada que pueden
sobrellevarse mediante auto-control (¡Me parto el ojete con esta roca!) e
incluso episodios de ansiedad, más común en aguas frías y turbias (Tengo frío y
no veo. Sacadme de aquí.)
50 - 70 m. Los síntomas se intensifican:
somnolencia, deterioro del juicio, confusión (Tengo señito, nena a
dormir...¿dónde está mi almohada?), alucinaciones (Que chula esa ballena
tricolor con tenazas de langosta), retraso severo en la respuesta a señales,
instrucciones y otros estímulos (cri-cri...cri-cri...), mareos ocasionales
(Dicen que es muy fácil vomitar con el regulador puesto. Comprobémoslo), risa
descontrolada, histeria (Jajajjajjajajaaa, está reputa roca es lo más gracioso
que he visto enmividaaaaaAAARGH!!!!!!), estados maníacos o depresivos (Igual
debajo de mí está pasando un horrible monstruo marino) y sensación de terror
(Voy a ser devorado por un horrible monstruo marino).
+90 m. Bueno chavales, a partir de
esta profundidad se acaban las bromas. Estupor, sensación de levitación,
aumento de la intensidad de la visión y la audición, alucinaciones fuertes,
alteración de la percepción del tiempo, sensación de apagón inminente, cambios
en la apariencia facial, pérdida del conocimiento... y muerte.
PLACAS CONMEMORATIVAS EN EL BLUE HOLE, DAHAB |
¿Sabes lo que tienes que hacer para encontrarte con una sirena?
Bajas al fondo del mar, donde el agua ya ni siquiera es azul y el cielo es sólo
un recuerdo. Flotas allí en el silencio, y te quedas allí. Y decides que
morirás por ellas. Sólo entonces empiezan a salir. Vienen y te saludan , y
miden el amor que sientes por ellas. Si es sincero, si es puro, se quedarán
contigo, y te llevarán con ellas para siempre.
Jaques
Mayol
He bajado bastante rápido y noto como el perro de la narcosis me
está mordiendo...la náusea me invade...me siento incómodo...intento nadar y lo
hago dentro de una masa gelatinosa....el aire es espeso y cuesta un poco
respirar...alguien está tocando una campana...¿porqué tañen una campana? Debo
concentrarme...Me llamo Ramón y vivo en Girona...estoy aquí para hacer
algo...otra vez tocan la campana...debe ser una señal...¿de qué?...otra vez,
"ganang-ganang-ganang"...quizás es un aviso...¿de qué?...no puede
ser; no hay campanas en el fondo del mar...aunque, ¿podría haber un pecio cerca
y la corriente agitase la campana del puente?...Piensa, Ramón, piensa...Joder
que sueño tengo...me gustaría cerrar los ojos, aunque fuese solamente por un
momento...NO! No debes hacerlo! Estoy narcótico, eso es! Pero aun por un
momento... pero la maldita campana no me deja...tengo la boca llena de monedas
de cobre...el aire es metálico...¿por qué le he puesto cobre?... se que tengo
que hacer algo, pero no recuerdo que...en la mano derecha tengo un
regulador..¿qué coño hago con el regulador en la mano? intento ponérmelo en la
boca pero noto que ya tengo uno...claro, si estoy respirando...me toco la
cabeza y noto algo sobre la oreja...algo se ha pegado a mi oreja...intento
arrancármelo con la mano izquierda, ya que en la derecha tengo PEGADO un
regulador...al hacerlo me arranco la máscara...al intentar ponérmela por acto
reflejo el regulador que sigue pegado a mi mano derecha me molesta..me saco el
de la boca y me meto el otro..¡joder que aire más frío!(...)
Ramón Verdaguer
¿HÉLICE? ¿QUÉ HÉLICE? |
Y hasta aquí los preliminares.
El primer y más sutil efecto de un buen golpetazo de narcosis
es, como dice el psicólogo submarino Antonio Bermejo, un sentimiento de
relajación física y mental muy intenso. Es la comunión con el Gran Azul, una
sensación embriagadora y muy difícil de describir. Muchos buzos niegan que esto
sea un efecto de la narcosis, pero lo cierto es que llevas un globo de puta
madre y perdón por la expresión. En semejante estado de éxtasis nos volvemos
criaturas absurdamente peligrosas para nosotros mismos... ¿ejemplo? Muchos
buceadores se sienten poco más que inmortales, aqua-mans, sirenitos... y acaban
por deshacerse de todo su equipo al considerarlo innecesario. Normalmente a
éstos se les puede parar a tiempo. Otros han llegado a creerse criaturas con
branquias capaces de respirar bajo el agua, y han soltado sus reguladores e
inhalado con decisión... y funestas consecuencias, claro. Y finalmente tenemos
el caso de algunos buzos que, hipnotizados por la inmensidad del horizonte
submarino, se separan del grupo y hay que ir a buscarlos porque si no pueden
acabar en Pernambuco. Y es que la vida es así: a veces es necesario cortarle el
rollo a la gente y decirle "No, no eres un sireno. Eres un mamífero
borracho y terrestre con 50 bares de aire en tu botella, y te voy a sacar de
los pelos por mucho que quieras quedarte aquí a jugar con tus amigos los
crustáceos". Y punto.
TRANQUILOS, EL MEGALODON YA NO EXISTE... ¿O SI? |
Las reacciones fóbicas pueden ir acompañadas también de
reacciones depresivas relacionadas casi siempre con el concepto de abismo: es
oscuro, es desconocido, es tan inmensamente grande que nos cuesta hasta
imaginarlo. A cualquier humano esto tiene que afectarle, necesariamente.
Citando otra vez a Bermejo, la reacción fóbica se manifiesta con tres fantasías
muy recurrentes: la primera, una sensación de hundirse en la nada, en la boca
negra y bostezante del piélago. La segunda, el temor por la aparición de una
"bestia" de las profundidades, cuya presencia se intuye o
"palpita" en lo hondo. Y la tercera, más común y menos dramática, una
repentina preocupación por los seres queridos que muchas veces acaba
desembocando en llanto, como en las clásicas borracheras terrestres.
Y finalmente llegamos a la guinda del pastel, mi parte favorita
y posiblemente la más espectacular de todas las reacciones: las ilusorias.
Alucinaciones, visiones, espejismos, auditivos, visuales o las dos cosas a la
vez y en technicolor.... las anécdotas de este tipo de reacciones pueden llenar
un archivador entero y nadie te podrá decir nunca donde está la frontera que
separa el mito narcótico de la realidad. Antaño, los antiguos submarinistas
bajaban a grandes profundidades con una mezcla tradicional de aire y oxígeno,
lo que les producía unas borracheras legendarias. Hoy en día contamos con avances
como el nitrox o el trimix, que nos evitan en gran medida este tipo de
intoxicaciones y viajes siderales, empujando a las viejas historias dentro del
baúl de la leyenda urbana... ¿Ejemplos? ¡Un par, por favor!
OK BRODER |
Y ya va siendo la hora de cerrar este alucinógeno post con la historia de narcosis más bonita que me hayan contado jamás, y que además ocurrió en las aguas que me han visto crecer: el Mediterráneo que baña la costa de Cabo de Palos, en la bella Cartagena. ¿Cuánto hay de verdad en esta historia? Ni lo sé, ni me importa.
La costa de la reserva marina de Cabo de Palos e Islas Hormigas
es rica en naufragios: una medialuna de bajos mortales, algunos de ellos a tres
metros escasos de la superficie, se encargaba de rajar la barriga a todos los
barcos que se aventuraran a cortar tan peligrosa línea: Naranjito, Stanfield,
Candelero, Carbonero, Doris, Atlantic City, USS Willmore, Maria Dolores, Alavi,
North America, Minerva... y el más célebre de todos, el Titanic español: SS
Sirio (1883), un trasatlántico italiano de 5.000 toneladas de acero en el que
perdieron la vida entre 200 y 500 personas, según el baile de cifras. No es un
pecio accesible, ni fácil: la popa se encuentra a unos 40 metros de
profundidad, mientras que la proa está a nada menos que 70 metros, en el reino
de lo que Verdaguer llama "los perros de la narcosis".
Dos buceadores ampliamente cualificados bajan a la proa del SS
Sirio: uno de ellos se mantiene en la zona de seguridad, como guardián de su
compañero, mientras el otro desciende hasta la destrozada cubierta del barco.
Entre los escombros invadidos de gorgonias rojas sobresalen los restos de una
estructura: la antigua tarima donde la banda de música amenizaba las suaves noches
de verano al ritmo de valses, polkas y animados reels. El buceador recoge uno
de los pedazos de madera sueltos, una bella barandilla decorada con notas
musicales en bajorelieve. El trabajo es de una delicadeza exquisita. Mientras
lo contempla y lo gira entre sus manos enguantadas, comienza a oir en sordina
unos acordes ahogados, que poco a poco se van perfilando como una melodía. La
música parece sonar en la antigua tarima de orquesta: viene de todas partes y
de ninguna, como todos los sonidos bajo el mar, y envuelve a navío y buceador
en el mismo hechizo. Los perros de la narcosis andan sueltos a 70 metros de
profundidad sobre un barco-cementerio, y ya no hay quien los pare.
Es en ese escenario nostálgico, bellísimo y delirantemente
peligroso en el que se aparece la chica: al principio no es más que una mancha
azul cobalto sobre el cobalto del mar, pero poco a poco va cobrando relieve
como una pieza de seda ante los ojos del buceador. La chica es guapa y triste,
como las muchachas de los daguerrotipos, y lleva un vestido azul que ondea con
las corrientes. El nitrógeno corre como una cascada por la sangre del buceador,
y en consecuencia hace lo más sensato que se puede hacer cuando una chica
bonita, vestida de largo, se detiene frente a tí en la cubierta de un barco
hundido mientras suena la música... pues bailar con ella. Una mano enguantada
en neopreno sobre una mano de blancura abisal, enlazados por la cintura,
comienzan a girar por la cubierta del Sirio al ritmo de una música cada vez más
nítida. Vueltas y más vueltas, rodeados por una espiral de burbujas, se abrazan
hasta que llega un punto en el que la chica se detiene bruscamente: de repente,
ya no quiere bailar más... ¿la habrá ofendido, se habrá sobrepasado? Desde
luego, no era su intención. Ella intenta soltarse del tosco abrazo del buzo.
Forcejean y en el forcejeo, la cara de la muchacha se transforma a una
velocidad de vértigo: en cuestión de segundos aparecen en su delicado rostro
una máscara de buceo, un regulador, una barba poblada y a su alrededor el aura
de la cabellera desaparece para dar paso a una capucha de neopreno. Es su
compañero, el guardián en la zona de seguridad, agitándolo con fuerza en un
desesperado intento de soltar de los engarfiados dedos del intoxicado un trozo
de madera tallado con notas musicales.
El hechizo se rompió finalmente y los dos experimentados
buceadores pueden ahora contar su historia por los bares de Cartagena y Cabo de
Palos... mientras, en lo más profundo, la chica del vestido azul sigue
esperando, sobre la cubierta del malhadado Sirio, que baje otra pareja de
baile.
Cartagena, 27 de mayo de 2013
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